Ésta es Calipso, la ciudad del agua. Entre dos montañas abruptas surge sobre un profundo lago subterráneo la ciudad de los mil pozos. Donde quiera que los habitantes, excavando en la tierra largos agujeros verticales, han conseguido sacar agua, hasta ahí y no más lejos se extiende la ciudad. Y es que en Calipso no existen ni pavimentos, ni calles, ni techos. Nada más que tuberías que suben, se entrelazan y mueren en duchas, bañeras, grifos y cubas de depósito de agua. Las crestas de las montañas sujetan las escalas y veredas suspendidas que unen las tuberías, formando una maraña de latón, zinc y cuerda.
A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro ver a jóvenes muchachas tumbadas en la bañera, arqueadas bajo la ducha, cantando despreocupadas mientras las gotitas de sus salpicaduras destellan al sol del mediodía. Puede que Calipso sea una ciudad creada por mujeres o sin embargo fue creada por hombres como distarte para la vista, pero lo cierto es que si a quien vive en Calipso se le pide que imagine una ciudad feliz, será siempre una ciudad como Calipso la que describa; la ciudad del agua que se vuelve todo hacia lo alto.
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